Tu mano cubre mis heridas, Tus ojos señalan mis caminos, Creamos montañas de alegrías, infinitos pasos, huellas en el destino.

Días de conquistar universos y hacer casas en el cielo, cultivar amistad en las ramas y plantar estrellas. Cantar canciones sin rimas, desandar las noches y creernos quijotes cazadores de unicornios.

El tiempo pasa y aun persiste el lazo invisible e indestructible, como sonata de un violín que alguien toca aquí en la sala de mi corazón. La noche se forja de recuerdos y se divide en dos mi occidente. Antes y después de conocerte.

La vía láctea inmensa, caldo de millones de electrones y nuestras materias humanas se disponen a la amistad precisa, al encuentro fraterno, al apoyo genuino. Impedecedera coincidencia? Átomos del mismo tipo.

En la maestría de nuestra amistad hay una magia indecible, un porvenir de toneladas de fe y de compromiso, de cielos y risas, silencios y heridas.

Hay un viejo adivino que guarda cuadernos remotos con oraciones de nuestras vivencias, gramáticas de mentes lucidas que una vez se unieron para siempre.

Gracias. En las malas, tu siempre presente, en las buenas, tu oportuna presencia, en las mejores, parte creadora…

A veces te sueño superheroe, sacando barcos de oro de nuestros corazones, en el mar de nuestra amistad eterna.

No hay escombros. Solo aquel árbol cuyas hojas mueve como olas. Han pasado los años. No se donde estas. Calles desiertas en las noches. Un café abierto en madrugada, dos de azúcar, pagina cien de un libro y una sonrisa taciturna me despierta, amigo recordándote.

A julio, Oliver, Roberto y Miguel… No importa el orden