Cierro tus ojos color de miel.

 

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Madre querida:
En la presencia horizontal que ahora ocupas, en tu callada presencia que me abruma. En la infinita verdad de no estar nunca, en el transito voraz que te acurruca. En el tiempo sutil que te diluye, en la idea de adiós que ahora me fluye, en la miseria ordinaria de la vida, en los instantes tristes que derriban, en la mudez fría de tus labios, en el cansancio absoluto de tus manos, en el dolor callado y explosivo, busca mi corazón a tus latidos. Solo oigo silencio. Mas, en la certeza de mi pensamiento, eres partida que presiento. Agarro tus manos frias, tus lamentos, en la agonía total de este momento.
En la lluvia fría que se derrama, en la paz absoluta y en la rabia. En la carencia de luz en este instante, en tu presencia absoluta en todas partes. En la locura de mis ideas mas insanas, en la tibieza de mis dedos en tus canas, en la miel de tus ojos, que no brillan, en la frialdad de tus labios que mancillan. En la respiración frenética y de prisa, en el latir cansado que me friza, en el asombro agudo que detiene, en la sangre fría que ahora tienes. En el instante infinito que es ahora, en el mar de mis ojos que te lloran. En la paz de tu alma en despedida, en tu amor, tu ternura y en tu risa… Eres todo madre, madre mía.
Y solo oigo silencio.
Cuando mis manos recorrieron la muerte de tu vida y debí prepararte tu partida,
Coloqué en su lugar tu cuerpo inerte y mis ojos se llenaron de luz sin poder verte.
Carlos Banks

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