Ahora sueño con serpientes, reptiles infinitos. No uno, ni dos, ni tres. Se me llenan los ojos reptando en el horizonte. Todas quieren engañarme, me hablan con sus lenguas bífidas y negras. Las hacen vibrar y las entran rápidamente a sus bocas. Ni siquiera entiendo su idioma. Es un entra y sale maldito, nauseabundo. Parecieran antenas recogiendo la data del entorno sutilmente. Con sus ojos inmóviles y su ausencia de parpados, parecen seres vivos inteligentes. Al menos lo insinúan. Sinuosas y esquivas siguen mirándome. Estoy atrapado, reculo hacia el único árbol frondoso de hojas latifoleadas. El árbol del fruto eterno.
Hacia el norte desaparecieron las coníferas, fueron aplastadas por los enormes animales grandes en su desbandada, cuando cayeron rocas calientes desde los cielos, del tamaño de un país entero. Aquello pareció un desfile de bolas ardientes que despedazaban y quemaban a su paso por la atmósfera de la tierra. En medio de todo, pero mucho antes del vendaval de rocas calientes y asesinatos de dinosaurios, mucho antes de los primeros Homos.
En el centro de la comunidad estaba aquel árbol con sus hojas anchas y perennes o caedizas, era especialmente atractivo. Dicen que sus frutos esconden secretos. Pero yo estoy ocupado con estas de pieles secas, no húmedas, de reptiles, que de mirarlas me dan nauseas… cuerpos sin patas, cilindros sinuosos que van y vienen en zig-zags. Me entra el temor, tengo que cuidarme pues algunas inyectan veneno antes de comerse a su presa y las otras en un acto de fuerza bruta, las matan por constricción, las aprietan hasta convertir los huesos en comida de hormigas.
Las ondulaciones laterales del cuerpo, que comienzan en la cabeza hasta terminar en la cola, me tienen en un mareo constante, no se a cual vigilar. Me tienen rodeado. Parece el instante en que vivo absurdamente y quisiera romper este absurdo infinito, esta soledad dogmática.
Este lugar se estaba convirtiendo en aquel donde no puedo estar por miedo a reencontrarme con mis propias dudas. Yo quería construir mi destino, ser mi propio yo, no una absurda marioneta. Ya era el momento de ser una persona independiente y ser dueño de mis acciones y circunstancias. Mi idea era que el destino no me alcanzara, sino que me encontrara actuando hacia su propia creación.
La vida se me tornaba muy compleja y sólo a través de la poesía era capaz de entenderla y descubrir, a través de ella, que en la vida no hay nada que encontrar, esa será mi máxima recompensa, mi libertad.
Sin embargo el tiempo me observa fijamente y se desliza ante mi incrédula mirada, me había quedado con los ojos inclinados directamente en la profundidad de mi propia conciencia mientras la noche se transformaba en día.
La mente es todo. Te conviertes en lo que crees y la vida que respiras es una incógnita. Entendemos sin problema que la desdicha nos hace ser más productivos. O no?
El tiempo se me congelaba, vivía de los recuerdos o ensoñaciones de algo que quizá no fue y veía el futuro desde la perspectiva de un reptil, como un estadio al que jamás se arribaré
De pronto me llene de culebras y una me pegó con todas sus fuerzas en las costillas, quizás donde me faltaba una cerca del corazón; el ansia de matarme le salia por los ojos. Grité de horror mirando a la bóveda celestial. Hacía tantos años que no alzaba la cara, que me había olvidado del cielo. Nadie podrá alzar sus ojos al cielo sin sentirlos sucios de vergüenza. Mas en mi, solo había temor y lastima.
La noche fragmentada. Eran pedazos de noches. El jardín estaba húmedo. Habia una luna fría y silenciosa. Después, fue el sol y la mañana del día sexto y fue la tarde.
Era el tiempo de someter mis creencias al dictamen de la razón y a la voz de mi conciencia. No fingir creencias.
Después de lastimarme con su cola como látigo, otras culebras la imitaron instintivamente y caí a la verde grama del jardín; la mas fuerte saltó a mi cabeza y me mordió el cerebro y aquellas otras también lo hicieron, decenas de ellas, miles… empecé a temer mi muerte.
Previamente no la habría temido por que viví sabiamente fortaleciendo mi humanidad alimentándome con las frutas que mi mujer me daba del árbol del fruto eterno. Pero ahora era distinto y me encontraba en aquella divagación etérea, lleno de tóxicos y venenos de serpientes, balbuceando incoherencias. Y aquellas culebras pariendo huevos en mis neuronas.
En la agonía de mi desnudez atiné a llamar a Eva para que me salvara y me trajera mas frutos y hablara con las serpientes como ella hacia siempre en las tardes, cuando el atardecer empieza a incendiar los cielos. Quería que ella les hablara para que dejaran de estar mordisqueando en mi mente, pero ella no me escucha y ya nos han expulsado del jardin.
Carlos Banks
👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏
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Wao! Gracias Pilar. cuanto tiempo. Abrazos
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Pues sí…ültimamente voy pillada de él y no me puedo parar a comentar, pero prometo darme más respiros. Abrazos!!
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